La formula era sencilla: se trataba de revistas baratas, sensacionalistas, de dudoso rigor periodístico, que explotaban la curiosidad mórbida y las pulsiones más oscuras de sus potenciales compradores. Bajo su inocente apariencia pulp, las revistas de detectives enraizaban oscuramente sexo y violencia en el imaginario americano. La era de lo políticamente correcto enterró este tipo de fantasías de una vez para siempre.
Este tipo de periodismo aparece ridiculizado en la película de Robert Aldrich Hush...Hush, Sweet Charlotte (1964).
Pero no siempre fue así. Cuando se llevó a cabo el primer estudio sobre el tema, a mediados de los ochenta, estas revistas no estaban sometidas a ningún control específico, a diferencia de la pornografía, y sus ejemplares se podían encontrar en puestos de periódicos, tiendas y supermercados. Se publicaban cerca de veinte revistas distintas y sólo cuatro de ellas ponían en circulación un millón de ejemplares al mes.
A medida que el número de lectores de estas revistas fue disminuyendo, los editores adoptaron invariablemente la misma estrategia: subir el tono de los artículos y realizar portadas cada vez más explícitas. A finales de los años sesenta, la deriva de estas portadas hacia el bondage y la sexploitation es cada vez más evidente. Revistas como Detective World, Weird Detective, Real Detective, Deadline Detective, Strange Detective y otras, mostraban en sus portadas a modelos en ropa interior siendo asaltadas por hombres armados, evocando fantasías de control y supremacía masculina y flirteando explícitamente con los fantasmas de la violación.
La década de los setenta no hizo más que reforzar estas tendencias. El editor Myron Fass fue el responsable de llevar estas revistas a un nuevo nivel de abyección, con títulos como Mobs and Gangs, Murder Squad Detective, Homicide Detective, Vice Squad Detective, True Sex Crimes o Confidential Sex Report. Pero estas “obras maestras en papel barato” (como al propio Fass le gustaba llamarlas) tenían los días contados.
En 1986, los psiquiatras Park Dietz y Bruce Harry, junto con Robert Hazelwood, profiler de la Behavioral Science Unit del FBI en Quantico, publicaron un trabajo que marcaría de una vez por todas el destino de estas publicaciones: Detective magazines, pornography for the sexual sadists? En él sus autores sugerían que las revistas de detectives suministraban fantasías sádicas y que podían servir como manuales de entrenamiento y catálogos de equipamiento para los criminales sexuales.
En realidad, la relación entre las revistas de detectives y la violencia sexual ha sido puesta de relieve en más de una ocasión por la literatura científica (Peter Vronsky dedica un capítulo a este tema en su libro Serial Killers: The Method and Madness of Monsters, 2004). Muchos serial killers como Ted Bundy (en la foto), Gerard Schaefer, BTK, John Joubert o Mike DeBardeleben, eran coleccionistas confesos de estas publicaciones, no sólo porque excitaban su imaginación, sino porque proporcionaban detallados informes de inmovilizaciones, asaltos y pruebas forenses. Harvey Glatman, por ejemplo, realizaba sesiones fotográficas con sus víctimas antes de asesinarlas, en una puesta en escena que imitaba las portadas de estas revistas (en la fotografía de la derecha, Judy Dull, víctima de Glatman, posa instantes antes de su muerte). Por su parte, Ed Gein, el verdadero psycho que inspiró a Hitchcock y La matanza de Texas, era un voraz lector de Startling Detective, cuyos relatos sobre el canibalismo en Nueva Guinea le inspiraron la idea de despellejar las cabezas de sus víctimas para hacer máscaras con ellas.
En plena era Reagan, no se necesitaban tantos motivos para acabar con las revistas de detectives. Así, en el año 1986 y bajo los efectos del escándalo Tracy Lords, la comisión Meese, concebida como una caza de brujas contra la pornografía, hizo público su informe, en el que advertía de los peligros de las revistas de detectives. Y aunque media docena de ellas sobrevivieron a la comisión y siguen editándose en la actualidad, ya nunca nada sería igual.
Recientemente, la editorial Taschen ha dedicado un libro a la época dorada de las revistas de detectives.
La página Bad Mags hace un recuento de los excesos a los que llegaron estas revistas.
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