jueves, 30 de abril de 2009

viernes, 24 de abril de 2009

New York Skyline

El 23 de enero de 1931 se celebra el 12º Beaux-Art ball en el hotel Astor de Broadway. El tema: la "Fête moderne: una fantasía de fuego y plata". En el momento cumbre de la fiesta, los arquitectos más eminentes de Nueva York interpretan el skyline de Manhattan, convertidos en sus propios edificios. La siguiente fotografía es un documento histórico irrepetible.

De izquierda a derecha: A. Stewart Walker como el edificio Fuller, Leonerd Schultze como el nuevo Waldorf-Astoria, Ely Jacques Kahn como el edificio Squibb, William van Alen como el edificio Chrysler, Ralf Walker como el número 1 de Wall Street, D. E. Ward como la torre Metropolitan y Joseph H. Freedlander como el Museo de la Ciudad de Nueva York

Van Alen, posa orgulloso con su flamante disfraz del edificio Chrysler


El edificio Fuller

El nuevo Waldorf-Astoria

El edificio Squibb

El edificio Chrysler


El número 1 de Wall Street

El Museo de la Ciudad de Nueva York

jueves, 23 de abril de 2009

El pulgar de Koolhaas

Los hechos se gastan, la realidad se consume.

La Acrópolis se desintegra, el Partenón se está cayendo debido a la frecuencia cada vez mayor de las visitas turísticas.

Al igual que en la estatua de un santo el pulgar del pie desaparece gradualmente bajo la avalancha de los besos de sus devotos, el "pulgar del pie" de la realidad se disuelve lenta pero inexorablemente bajo la perpetua exposición al "beso" continuo de la humanidad. Cuanto mayor es la densidad de una civilización -cuanto más metropolitana es-, mayor es la frecuencia de ese "beso" y más veloz es el proceso de consumo de la realidad de la naturaleza y de los artefactos. Se gastan con tal rapidez que el suministro se agota.

Ésta es la causa de la "escasez de realidad".

Central Park, 1978. De izquierda a derecha: Madelon Vriesendorp (esposa de Koolhaas desde 1976), Rem Koolhaas, Ella Zenghelis y Zoe Zenghelis. Ese mismo año Koolhaas publicaría Delirious Manhattan

Este proceso se intensifica en el siglo XX y viene acompañado por un malestar paralelo: la convicción de que todos los hechos, ingredientes, fenómenos, etcétera, del mundo han sido clasificados y catalogados, que las reservas finales del mundo ya se han repartido.
Rem Koolhaas, Delirio de Nueva York

Las strippers de Weegee

Como el empedernido vouyeur que era, a Weegee le fascinaba colarse en los camerinos de los espectáculos de music hall, striptease y burlesque. Sus fotografías son un indiscreto acercamiento a estos espacios privados y tradicionalmente alejados del espectáculo de las bambalinas.

In the dressing room

In the dressing room


In the dressing room

In the dreesing room

The show's is going to start in any minute



Gold painted stripper

In the dressing room

Between performances

miércoles, 22 de abril de 2009

Weegee en Coney Island

Weegee (nacido Arthur Fellig en Zloczew, Polonia, 1899) fue el prototipo del fotógrafo hard boiled -ese nihilista urbano salido de las páginas de Dashiell Hammet y del claro oscuro del cine negro-. Pateando de madrugada las calles de Nueva York, fotografió el lado más turbio de la metrópolis. Eran tiempos difíciles: la Depresión había dejado sus cicatrices sobre el paisaje urbano con una interminable legión de homeless, crooks, desempleados, prostitutas y gansters. Bajo el potente flash de su cámara, los desheredados de la gran ciudad naufragan ante nuestros ojos. Es la crónica de un Nueva York nocturno y desesperado.

Especialista en sucesos, Weegee trabajó como freelance para los principales rotativos de NY, haciéndose célebre por sus impáctantes imágenes de accidentes, crímenes y gentes aquejadas de cualquier forma de desgracia: ese es el espectro humano que mayoritariamente puebla sus fotografías.

Pero a pesar de que su cámara finge una despiadada indiferencia por los seres a los que retrata, bajo la aparente banalidad del mirón hay un intento de reflejar la desnudez de la vida, entendida como fragilidad, accidente y exceso (por eso no hay nada más ajeno en el fondo a su fotografía que las celebridades y los temas de sociedad, ante los que Weegee no consigue disimular su desinterés).

En 1945, se publicó su primera radiografía de Nueva York: Naked City (llevada por él al cine tres años más tarde). Repasando su obra hoy día, parece como si no hubiera mejor representación de aquella época que la ofrecida por el contraste brutal de su fotografía.

Como contrapunto a la descarnada metrópolis, a comienzos de la temporada estival, Weegee se desplazaba a Coney Island, dando a los neoyorquinos el pistoletazo de salida del verano. Sus fotografías con gran angular de las multitudes apiñadas en la playa (quizá el lado más amable de su trabajo) son hoy día un clásico.

Life-saving attempt, 1940


First aid, 1940

Lost children, 1940

Coney Island, 28th of July 1940 4 o'clock in the afternoon

Coney Island



Coney Island at noon Saturday, July 5th, 1952

Sailors on the beach

Needlework, 1940

Lovers on the beach, 1940

Girl watching lovers at night

Lovers on the beach

Sleeping on the beach

La Fundación Telefónica (Madrid) ha organizado una retrospectiva de su obra, hasta el 17 de mayo.

lunes, 20 de abril de 2009

So Long Coney Island

a kissproff world of plastic toiletseats tampax and taxis
drugged store cowboys and las vegas virgins
disowned indians and cinemad matrons
unroman senators and conscientious non-objectors
and all the other fatal shorn-up fragments
of the immigrant's dream come too true
and mislaid
among the sunbathers

Lawrence Ferlinghetti, A Coney Island of the Mind

Ahora que lo último que queda de la vieja Coney Island va a ser borrado del mapa de una vez para siempre (el plan del alcalde de NY, Michael Bloomberg, es convertir lo que queda de su deslabazado parque de atracciones en un anodino y reluciente shopping mall) creo que ésta se merece más que nunca un tributo.


Proyecto para Coney que, además de destruir el skyline del parque de atracciones, reducirá su superficie a 36.421 m²

Descubierta por Hudson en 1609, Coney Island -del holandés konijnen, conejos, torrencial habitante de la isla en el pasado- no sólo es el lugar donde se inventó el hot dog (en 1871). Quizá nadie mejor que Rem Koolhaas haya comprendido su significado histórico. En su fascinante “manifiesto retroactivo", Delirio de Nueva York, Koolhaas dedica un extenso capítulo a Coney, lugar al que considera como el auténtico modelo seminal del urbanismo y la arquitectura que posteriormente darían lugar al milagro de Manhattan.

Ya desde principios del siglo XIX Coney fue concebida como lugar de recreo por los habitantes de la vecina metrópolis. El lugar era perfecto: estaba relativamente aislado y permitía el contacto con una naturaleza virgen. Era la época de los grandes hoteles y los balnearios, diseñados para las clases más favorecidas, que proliferaron en el extremo oriental de la isla.


La estación de tren y metro de Coney

En realidad, esta primera etapa de su historia se va a medir por el frágil equilibrio entre la conservación de su naturaleza y la afluencia cada vez más masiva de sus visitantes. A esto contribuyó notablemente la creación de una línea de ferrocarril en 1865 y la construcción del puente de Brooklyn en 1883. Es entonces cuando Coney se democratiza, convirtiéndose en un destino turístico al alcance de las masas. En esta situación, que invalida la oferta inicial de la isla, "Coney Island se ve forzada a mutar: debe transformarse en todo lo contrario a la naturaleza; no tiene más elección que contrarrestar la artificialidad de la nueva metrópolis con algo propio: lo sobrenatural". De esta forma, Coney pondrá en marcha lo que Koolhaas denomina la "tecnología de lo fantástico".


Los túneles del amor: la receta de Coney para la soledad de Manhattan

Para satisfacer unas demandas de ocio en aumento, comienza a desarrollarse un complejo de instalaciones recreativas en la en la zona intermedia de la isla. Es en este lugar donde Coney va a generar su propia arquitectura del exceso. Espacio residual, la isla recibe los naufragios de la arquitectura efímera y anti-funcional de las exposiciones nacionales (la torre de 90 metros de altura, procedente de la celebración del Centenario de los Estados Unidos en Filadelfia, se instala en 1876).

La arquitectura de Coney no pertenece a ningún estilo ni a ninguna escuela. Prolifera de forma errática, en un canto a las estructuras inservibles, desheredadas por el buen gusto y el afán de orden de sus respetables políticos y ciudadanos. Los deshechos configuran su espacio con edificios imposibles, tecnologías inservibles y futuristas, edificios utópicos y visionarios. Desde un principio Coney es el lugar de acogida de los freaks: primero arquitectónicos y posteriormente humanos.

En 1884, LaMarcus Adna Thompson construye el Roaller Coaster, la primera montaña rusa del mundo


La arquitectura imposible de Coney: el hotel-elefante

La creciente afluencia de visitantes exige la conversión técnica de lo real: después de la extinción de la naturaleza en la isla, ésta es reemplazada por lo artificial y esta artificialidad se convierte de pronto en algo fascinante. Lo natural es suplantado por lo artificial, lo real por lo fantástico: éste es el secreto de Coney. Uno de los primeros testimonios de esta fuga de lo real es el "baño eléctrico": mediante unos potentes focos instalados en el mar el turno del baño alcanza las 24 horas.

En Coney Island, "lo sintético se vuelve irresistible" (Koolhaas). En la imagen, los baños eléctricos

En 1890, George Tilyou crea Steeplechase, una pista de caballos mecánicos que será una de las primeras atracciones importantes de Coney. Para qué montar un caballo, si se puede montar un caballo mecánico. La escisión entre el hombre y la naturaleza es total. Coney representa la apoteosis de la modernidad: el hombre, reificado, habita su propia realidad autofabricada y celebra su técnica, en un ritual hedonista y alejado de cualquier criterio pragmático. Al mismo tiempo, Coney es un canto a la desmesura: la técnica se pone al servicio de lo irracional y lo improductivo.

1903 es el año de la inauguración del Luna Park, creado por Elmer Dundy y Frederic Thompson. Thompson, que ha abandonado la escuela de arquitectura, es el primer proyectista profesional en intervenir sobre la isla. El centro del Luna Park es un lago, que Thompson va a rodear de unas agujas de estilo ecléctico y orientalizante. La naturaleza del lugar le ofrece a su diseñador una libertad total a la hora de crear este espacio. Sin saberlo, Thompson está rompiendo con el rígido código beaux arts, que monopoliza la arquitectura y el arte del momento, y estableciendo los principios de una nueva arquitectura: la arquitectura de la "ciudad de torres", que será el precedente inmediato de Manhattan y sus rascacielos. En menos de tres años, Thompson puebla el Luna Park con 1.221 torres, alminares y cúpulas.



Gracias a la electricidad, el Luna Park se convierte en un espejismo nocturno

Las infraestructuras del Luna y su consumo energético superaban a las de la mayoría de las ciudades estadounidenses del momento. En 1904, Thompson compra una parte de una manzana situada entre la Sexta avenida y las calles 43 y 44. Un año más tarde construye un hipódromo, rematado por "la cúpula más grande del mundo después de la del Panteón" y flanquedo por dos torres eléctricas del Luna Park.

Neoyorquinos, cuidado: la "tecnología de lo fantástico" ha desembarcado en Manhattan

El Luna Park pronto tendrá un poderoso competidor: William H. Reynolds, promotor inmobiliario (Reynolds promocionará el futuro edificio Chrysler), arquitecto y antiguo senador republicano. Su creación: Dreamland. Con Dreamland, Reynolds crea el primer parque postproletario, donde las diferencias de clase son dejadas atrás y todos los miembros de la sociedad se reúnen para disfrutar del verdadero "reino de la libertad". El proyecto de Reynolds es ambicioso: con capacidad para 250.000 personas, Dreamland es una extensión del Océano Atlántico. La metáfora que inspira el parque es submarina: los visitantes tienen que atravesar los mascarones de proa de unos enormes barcos para acceder al recinto.

A diferencia del Luna Park, todo aquí es blanco y está sometido a una lógica del exceso llevada al límite: en torno a una enorme laguna, están dispuestas quince grandes atracciones, entre las que se encuentran el Salto de las rampas ("el más grande construido hasta ahora"), un salón de baile ("el mayor salón de baile del mundo"), un circo, un viaje en submarino, etc.

El salto de las rampas

El elemento central del parque es la Torre del Faro. Con una altura de 115 metros, Reynolds la equipará con el reflector más potente de la costa este de Estados Unidos. Este falso faro, que los barcos confunden con el de Norton Point (que señala la entrada al puerto de Nueva York) desviará las embarcaciones de su rumbo y provocará naufragios, antes de que las autoridades tomen medidas contra el parque.

El otro faro de Nueva York. El impacto de esta construcción en la arquitectura de Manhattan será decisivo. En la imagen de abajo, el edificio Singer (1899, 1908)

Entre las atracciones de Dreamland destaca Liliputia, la "ciudad enana". Reynolds contrata a 300 enanos y construye una ciudad de cartón piedra, que es una réplica del Nuremberg del siglo XV. Liliputia es una ciudad-estado con su propio parlamento, su propia playa y su propio cuerpo de bomberos. Pero lo esencial de esta ciudad en miniatura es que aquí se lleva a cabo una inversión sistemática de los valores morales: la homosexualidad, la promiscuidad y el robo son las normas de comportamiento básicas por las que se rige esta extraña comunidad.

Liliputia...



...y su eficiente cuerpo de bomberos

Una muestra de la peculiar utopía que representa Coney Island, es su confusión entre lo fantástico y lo tecnológico, entre lo imposible y lo científico, entre lo grotesco y lo serio. Así, una de las atracciones de Dreamland es el edificio incubadora, donde se alojan la mayoría de los bebés prematuros del área metropolitana de Nueva York. En su momento, sus instalaciones superaban a las de cualquier hospital de Estados Unidos. En la misma línea se encuentra el edificio del Dirigible, que alberga desde 1905 el invento aéreo del brasileño Santos Dumont y con el que es posible realizar un vuelo diario sobre Coney Island.


Los niños prematuros de Dreamland. Reynolds organizará una reunión anual para ellos

Los fantasmas en torno a los que gravita Dreamland son inequívocos: Eros y Thanatos, vida y muerte. Por consiguiente, las atracciones estrella de su parque son el edificio de la Creación y el Fin del mundo. Entre ellos se encuentra situado el circo, como la única metáfora posible de la existencia humana.


La Creación, el Fin del mundo y entre ambos, el circo, único escenario posible de la existencia humana

Estos temas reaparecen en otros escenarios, como la caída de Pompeya, el terremoto de San Francisco o la guerra de los Bóers. Toda una mitología del desastre. Si, como piensa Paul Virilio, toda creación tecnológica invoca a su vez el fantasma de su propia catástrofe, Coney Island representa el exorcismo colectivo de las amenazas que concita el furor tecnológico de la gran metrópolis de Manhattan. Esto es llevado a su paroxismo en atracciones como el ferrocarril Pídola, que simula una colisión entre dos vagones de tren o en la Lucha contra las llamas. Aquí, se trata de un edificio de 75 metros de largo por 30 de fondo, situado en el decorado de una manzana, que es permanentemente devorado por las llamas y apagado por 4.000 bomberos profesionales.

Todo este espectáculo define el lado oscuro de la metrópolis como un incremento astronómico en el potencial del desastre, sólo superado por un incremento igualmente astronómico en la capacidad para evitarlo. Manhattan es el resultado de esa carrera perpetua y reñida (Koolhaas)

En su afan de conciliar a las clases sociales en la ideología del placer, Reynolds incorpora a su parque el grand tour por Europa. Sus visitantes pueden ahorrarse los elevados costes de este periplo y recorrer en góndola los canales de Venecia o en trineo las escarpadas cumbres suizas, en una democratización de lo tradicionalmente reservado a las minorías.


Dreamland o la sociedad sin clases: el grand tour al alcance de cualquiera


Panorámica nocturna de Dreamland

En realidad, Coney Island es la manifestación del inconsciente colectivo que el urbanismo ha tratado de reprimir en la metrópolis. Es el espacio de la masa, de la irracionalidad, del exceso, glorificados. Si todo en la ciudad conspira contra la congestión caótica de los individuos, el urbanismo de Coney es revolucionario: consagra la masa acéfala y la deformidad de sus pulsiones. En Coney Island surgen, por primera vez, los fantasmas que la civilización occidental ha querido enterrar desde siempre, en su afán de orden, racionalidad, belleza y autoridad. Y en cierto modo, Coney anuncia el fin de esta civilización.

Ámbito de exorcización del desastre, éste llega en forma real a Coney en mayo de 1911. Un cortocircuito provoca un vasto incendio en Dreamland. A pesar de que el parque cuenta con un moderno sistema contra incendios, inexplicablemente las tuberías no están conectadas con el Atlántico. Los bomberos de la Lucha contra las llamas huyen despavoridos. Sólo los bomberos enanos de Liliputia entablan una batalla contra el fuego y consiguen salvar una parte de su pequeño Nuremberg. Pero el fuego es demasiado intenso y finalmente no queda nada que hacer: en tres horas, Dreamland queda reducido a cenizas.


Es el principio del fin: en 1914, el Luna Park también se incendia. Dreamland es convertido en un aparcamiento. Steeplechase queda en pie, sometido a un proceso de decadencia irreversible. Pero para entonces, la revolución de Coney ya ha llegado a Manhattan.

Lo que queda del urbanismo original de Coney es erradicado definitivamente en 1938, cuando el comisario Robert Moses pone el paseo marítimo bajo la jurisdicción del Departamento de Parques. En 1957, Moses emplaza el nuevo Acuario de Nueva York en la manzana que ocupaba Dreamland. Cuando termina con Coney, Moses ha enterrado el 50 % de su superficie bajo el espeso manto de unos frescos y saludables parques.

El resto es historia forestal.