Maya Deren (1917-1961) fue una pionera del cine experimental en Estados Unidos. Con una formación inicial como bailarina y coreógrafa, en 1947 visitó Haiti, gracias a una beca Guggenheim, con la intención de filmar las danzas que tenían lugar en los rituales de vudú. En realidad, en todas las manifestaciones africanas del Nuevo Mundo, música y danza son elementos fundamentales. En las ceremonias de candomblé, por ejemplo, el iniciado busca su fuerza espiritual (
axé) a través del baile. De estos rituales se deriva la samba brasileña, que quiere decir oración o invocación de la
orixá. La santería, por su parte, proveyó el ritmo que es la base del mambo (cuyo significado es conversación con los dioses).
Entre 1947 y 1952, Maya Deren pasó dieciocho meses en la isla, a lo largo de tres visitas, que le permitieron adentrarse en la cultura haitiana, dedicando especial atención al fenómeno del vudú. Como resultado de sus investigaciones escribió el libro
Divine Horsemen: The Living Gods of Haiti (1953) y filmó más de cinco mil metros de película con su Bolex de 16 mm. No obstante, el proyecto de realizar un film, como corolario cinematográfico de su libro, nunca vio la luz.
En 1977, años después de su muerte, su tercer marido, el compositor Teiji Ito y su esposa, montaron finalmente el metraje bajo la forma de un documental. Aunque el resultado fue criticado por algunos, por ser excesivamente convencional, no cabe duda de que ésta sigue siendo una película fascinante e hipnótica y, sin duda, uno de los acercamientos más legítimos a la cultura y las tradiciones haitianas. A día de hoy, el film sigue transmitiendo una indecible sensación de jovialidad y éxtasis dionisíaco.
Oscurecido primero por la mala prensa de los misioneros y después por la cultura popular occidental, el vudú (de la palabra vodun, que en lengua fon quiere decir "espíritu" o "Dios") es esencial para comprender la historia de Haiti. La ceremonia de Bois Caïman (celebrada en agosto de 1791) fue decisiva para el levantamiento que dio lugar a la Revolución haitiana y que conseguiría liberarse del poder napoleónico en 1804, instaurando la primera república negra en el mundo y la segunda nación independiente en América. A su vez, el vudú fue un elemento integrador indispensable para los esclavos (que habían sido capturados en distintas regiones y hablaban distintos dialectos) y cuya jerarquía social, cultura y religión habían sido suprimidas.
El singular escritor William Seabrook escribió La isla mágica (1929), libro hoy clásico sobre Haiti, que despertó el interés de la opinión pública sobre el vudú y dio lugar a la película La legión de los hombres sin alma (1932).
El vudú haitiano es, por lo tanto, una consecuencia del colonialismo y, en este sentido, combina las creencias animistas de los pueblos yoruba de Nigeria con elementos del culto y la imaginería católica, en los cuales los esclavos encontraron no sólo un medio para encubrir su religión, sino también importantes coincidencias, como la trinidad y la intercesión de los santos. Además, el vudú conserva elementos del pueblo amerindio de los taínos, los habitantes precolombinos de las Bahamas y las Antillas, que fueron descritos con entusiasmo por Cristobal Colón.
El origen del vudú se encuentra en el
vodun, religión practicada por los yoruba, los fon, ewe y kabye de los actuales Benin y sudoeste de Nigeria. Los yorubas creen en un sólo principio creador: Nana Buruku y en los
vodous o dioses-actores, hijos e hijas de los hijos gemelos de Nana Buruku: Mawu (diosa de la luna) y Lisa (dios del sol). Nana Buruku es un principio trascendente y son los
vodous los que gobiernan los asuntos mundanos, controlando las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad humana. El
vodun es panteísta, en la medida en que toda la creación posee el poder de lo divino. Este es un concepto fundamental en la medicina (esencialmente herbal) y explica la ubicuidad de los objetos mundano en el ritual religioso.
Muchas de estas creencias perduran en África en la actualidad. En 1952 y
gracias a la traducción francesa de Raymond Queneau de
El bebedor de vino de palma, la cultura europa quedó fascinada por la visión imaginativa y naïf del escritor nigeriano Amos Tutuola, que recogía la tradición oral de los yoruba y en la que se nos describe un mundo habitado confusamente por vivos y muertos y donde los seres humanos coexisten con los espíritus de los muertos y de toda clase de fuerzas mágicas.
Al igual que en el vodoun, en el vudú haitiano hay un único dios, creador del mundo: Bondyé (del francés Bon Dieu) o Gran Met, generalmente considerado el mismo del cristianismo o el islam. Bondyé es un ser alejado de su creación, así que el vudú trata con una serie de espíritus poderosos, con poderes bien definidos y que representan las fuerzas mayores de la naturaleza: son los Loa (espíritu), comparables a los ángeles o santos de la tradición cristiana. Los loa interactúan con los humanos y poseen o "montan" (según la metáfora sexual recogida en el título de Maya Deren) a los participantes de las ceremonias, otorgan mensajes y pueden hacer el bien o el mal.
El vudú es una religión cargada de fatalismo: los loa controlan la vida humana casi en su totalidad, siendo este fatalismo un reflejo simbólico de la situación de los primeros esclavos africanos.
Los loa son representados por los veve, figuras que aluden a las fuerzas astrales y que son utilizados en los rituales para obligar a los loa a descender a la tierra. El origen de los veve se encuentra en los dibujos que los taínos utilizaban para representar a sus dioses o zemi.
Los loa están divididos en familias y componen un total de 21 naciones de espíritus (Lwa-yo), dando lugar a un panteón impresionante, en el que destacan: Damballa, la serpiente, considerado a veces padre de los demás Loa y al que se le representa como Moisés o San Patricio. Aida Wedo, consorte de Damballa y representada como el arco iris (su unión con Damballa simboliza la fertilidad). Ayizan, la sacerdotisa arquetípica que preside los ritos de iniciación. Baron Samedi, el loa de la muerte y la sexualidad, que preside los cruces de caminos, uno de los símbolos centrales del vudú. Pues en los cruces dos mundos se encuentran: el de los vivos y los muertos y ahí las almas de los muertos pasan hacia Guinee, el mundo de los espíritus, referencia a la patria africana que los esclavos esperaban recuperar tras la muerte. Erzulie es el Loa de la belleza y de las artes. Gran Bwa el protector de la maleza. Kalfu el espíritu de la destrucción. Ogoun el loa de la guerra y el fuego, al que los esclavos consideraron responsable de haberles otorgado los poderes necesarios para llevar a cabo la revolución de 1804. Papa Legba, intermediario entre los loa y los hombres y, como tal, primer y último espíritu invocado en una ceremonia...
Veves de Damballa, Legba y Ogoun
El vudú carece de un clero y de una liturgia definidas, debido a que fue una religión perseguida. Los rituales son celebrados por sacerdotes, que pueden ser hombres (hougan) o mujeres (mambo), y auxiliados por las hounsi. Como todo ritual, el vudú supone la escenificación y la puesta en marcha de una comunidad, en la que se exige al participante un alto grado de implicación y cuyo resultado es la negación de su identidad mediante el éxtasis y el reforzamiento de las creencias y la solidaridad del grupo. Estos rituales son practicados en el exterior y se usan tambores como medio para inducir la posesión. También implican el sacrificio de un animal, ya que se cree que la vida del animal rejuvenece a los espíritus, exhaustos de gobernar el universo.
Fotografía de Pierre Verger, recogida por Georges Bataille en su libro El erotismo (1957)
Dentro del vudú hay dos ramas principales:
rada o magia blanca, que
constituye el 95 % del vudú y
petro (o
congo), que es una práctica destructiva que implica la provocación de la muerte. En esta rama del vudú se atribuye al sacerdote o
bokor el poder de provocar la muerte de una persona, con la ayuda del loa, y de resucitarlo convertido en un cuerpo humano reanimado bajo su control: el popular zombi. Los practicantes de este tipo de vudu admiten el uso de drogas en algunas de las fases de este proceso. Wade Davis, etnobotánico de la Universidad de Harvard, presentó el caso en dos libros:
La serpiente y el arcoiris (1985) y
Pasaje a la oscuridad: la etnobiología del zombi haitiano (1988).
Davis viajó a Haiti en 1982 y, como resultado de sus trabajos, consideró que en el proceso de zombificación intervienen, al menos, dos sustancias aplicadas sobre el flujo sanguineo: la primera, denominada
coup de poudre, incluiría tetrodotoxina (TTX), una neurotoxina capaz de producir parálisis y fallo respiratorio y en mayores dosis la muerte. Ésta se encuentra concentrada en el hígado del pez globo, común en las aguas caribeñas. La tetrodotoxina bloquea los canales de sodio de las células, produciendo insensibilidad nerviosa y parálisis muscular o parestesia y es capaz de ocasionar la muerte aún en dosis muy reducidas (un miligramo). La segunda sustancia estaría compuesta de datura stramonium, planta con propiedades psicoactivas, cuyos alcaloides actúan sobre el sistema nervioso central, siendo capaz de producir un delirio anticolinérgico: incapacidad para diferenciar la realidad de la fantasía, hipertermia, taquicardia, comportamiento errático, midríasis, etc. En su estudio, Davis recogió el caso de Clairvius Narcisse, que afirmaba haber sido víctima de esta práctica.
La supuesta zombi Felicia Felix-Mentor, fotografiada por la antropóloga afroamericana Zora Hurston en 1936
Aparentemente menos preocupado por el juicio de la comunidad científica que por una buena promoción, Davis consiguió vender los derechos de su libro para ser llevado al cine. La película a la que dio lugar fue la infumable e ingenua hasta la desesperación La serpiente y el arcoiris, del siempre irregular Wes Craven.
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