martes, 24 de marzo de 2009

Deleuze y El Greco

El Entierro del Conde Orgaz, El Greco (Domenikos Theotokopoulos), 1586-1588

Una horizontal divide el cuadro en dos partes, inferior y superior, terrestre y celeste. En la parte baja, hay una figuración o narración que representa el entierro del conde, aunque ya todos los coeficientes de deformación de los cuerpos, y especialmente de alargamiento, estén actuando. Pero en lo alto, allí donde el conde es recibido por Cristo, hay una liberación loca, una total manumisión: las Figuras se enderezan y se alargan, se afinan sin medida, fuera de cualquier constricción. A pesar de las apariencias, no hay ya historia que contar, las Figuras están liberadas de su papel representativo, entran directamente en relación con un orden de sensaciones celestes. Y es ya eso lo que la pintura cristiana ha encontrado en el sentimiento religioso: un ateísmo propiamente pictórico, donde se podría tomar al pie de la letra la idea de que Dios no debería ser representado. Y en efecto, con Dios, pero también con Cristo, con la Virgen, con el Infierno también, las líneas, los colores, los movimientos se desprenden de las exigencias de la representación. Las Figuras se enderezan o se doblan, o se contorsionan, liberadas de toda figuración. No tienen nada que representar o que narrar, puesto que se contentan con remitir en ese dominio al código existente de la Iglesia. Entonces, por su parte, sólo tienen que ver con "sensaciones" celestes, infernales o terrestres. Todo se hará pasar por el código, se pintará el sentimiento religioso de todos los colores del mundo. No hay que decir "si Dios no existe, todo está permitido". Es justo lo contrario. Porque con Dios todo está permitido. Es con Dios con quien todo está permitido. No sólo moralmente, puesto que las violencias y las infamias encuentran siempre una santa justificación. Sino estéticamente, de manera mucho más importante, porque las Figuras divinas están animadas por un libre trabajo creador, por una fantasía que se permite cualquier cosa. El cuerpo de Cristo está verdaderamente trabajado por una inspiración diabólica que le hace pasar por todos los "dominios sensibles", por todos los "diferentes niveles de sensación".

Guilles Deleuze, Lógica de la sensación

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