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viernes, 24 de abril de 2009

New York Skyline

El 23 de enero de 1931 se celebra el 12º Beaux-Art ball en el hotel Astor de Broadway. El tema: la "Fête moderne: una fantasía de fuego y plata". En el momento cumbre de la fiesta, los arquitectos más eminentes de Nueva York interpretan el skyline de Manhattan, convertidos en sus propios edificios. La siguiente fotografía es un documento histórico irrepetible.

De izquierda a derecha: A. Stewart Walker como el edificio Fuller, Leonerd Schultze como el nuevo Waldorf-Astoria, Ely Jacques Kahn como el edificio Squibb, William van Alen como el edificio Chrysler, Ralf Walker como el número 1 de Wall Street, D. E. Ward como la torre Metropolitan y Joseph H. Freedlander como el Museo de la Ciudad de Nueva York

Van Alen, posa orgulloso con su flamante disfraz del edificio Chrysler


El edificio Fuller

El nuevo Waldorf-Astoria

El edificio Squibb

El edificio Chrysler


El número 1 de Wall Street

El Museo de la Ciudad de Nueva York

martes, 7 de abril de 2009

Remi Gaillard y el situacionismo

Remi Gaillard (1975) comenzó su carrera de humorista con una recreación bufa y youtubica del affaire Stavisky, esto es, del impostor nacional, al hacerse pasar por jugador del equipo vencedor en la final de la copa de Francia de 2002. Recientemente, su humor parece haber dejado atrás la rebelión teenager y narcisista contra el mundo de los adultos que predominaba en sus primeros vídeos, para desarrollar intervenciones corales sobre espacios públicos y privados, subvirtiendo la lógica interna de estos espacios: movilidad, desplazamiento, transacción económica o comercial, etc.



Conviene la pena recordar que fue mérito del situacionismo haber previsto que toda forma de rebelión contra el poder democrático-administrativo desembocaría ineludiblemente en una suerte de estéril catarsis esteticista. Frente al descrédito de las utopías, sólo queda el humor, servido a raciones diarias por los informativos, internet y youtube, para hacer la vida soportable. La transgresión contra los usos y normas sociales, gratificante para nosotros en la medida en que relativiza estos dispositivos y alivia el peso de nuestra alienación, queda confinada en el territorio de lo cómico. Observando los últimos vídeos de Remi Gaillard no puedo dejar de recordar Jonas qui aura 25 ans en l'an 2000 del realizador suizo Alain Tanner. En ella se describía magistralmente lo que queda de la revolución: muertos los 70 y la lección Baader-Meinhof bien aprendida, la lucha contra el statu quo adquiría en una sociedad cada vez más despolitizada el carácter de un circo y otorgaba a sus autores la impronta de payasos. El humor es así el único espacio donde la transgresión es tolerable. Pero de este modo, pierde su carácter específico y se vuelve algo reaccionario: mero gesto, desprovisto de significado, gesto hedonista, trivial y gratuito, apto para ser consumido por la sociedad de consumo. Una señal más del carácter represivo de nuestras modernas sociedades democráticas.

Remi Gaillard y Manu Chao: otro mundo es posible. La canción de la fiesta es Mala vida de Mano Negra

jueves, 2 de abril de 2009

Algo así como la muerte

S/T, Estambul, 2008

La muerte es sucia. Cuando era niño comprendía. Entonces me acompañaba a través de los olivos. Entraba en casas en ruinas, hablaba con los perros: yo mismo era un espectro. Caminaba entre los muertos con los dientes sucios. Quise morir tantas veces, llenarlo todo de cadáveres. Torturaba a los insectos. Destruir, dije. Destruir para no estar solo. Mi relación con los otros se daba a través de la muerte: mis muertos y yo, entre ellos, un muerto más.

Ir de la mano de mis padres y perderse entre la multitud era también una forma de morir. Mirar desde abajo el mundo: el mundo era algo de los otros, un invento de mis padres, como yo también era un invento suyo. ¿Qué era mi mundo entonces? Una fosa abierta en medio de mi sexo.

Soñé con morir entonces, morirme como mi abuelo. Los muertos estaban presentes: veía sus fotografías en blanco y negro. Una extraña sensación: una vergüenza parecida a la que experimentaba frente a todo lo sexual. El espacio de la muerte era un espacio prohibido. Esas habitaciones estuvieron siempre cerradas. Inaccesibles para mí. Tenía que entrar a hurtadillas, con un sentimiento de culpabilidad y de vergüenza.

Abría los armarios y miraba toda esa ropa que otros habían llevado, esas posesiones que no eran de nadie y que estaban contagiadas por la muerte. La muerte como desgracia, como ladrona de cuerpos.

Qué frío estaba el cuerpo de mi abuela. Ese frío me producía vértigo. Mi abuela entonces no, un cuerpo, un cuerpo abandonado. ¿Qué hacer con él?

Después ya no tuve miedo, inconscientemente quería morir. Recuerdo los dibujos que pinté en 1º de EGB. Los dibujos de negros de los que estuve siempre tan orgulloso y que regalé a mi profesor.

Tú no entiendes nada de esto. Crees que estoy loco. Amor, te amo porque tú eres la muerte. Cuando introduces tu lengua en mi ano hay un olvido tan grande de ti misma que oigo en él el susurro mismo de la muerte.

martes, 31 de marzo de 2009

miércoles, 25 de marzo de 2009

Irina Ionesco o no sin mi hija

Irina Ionesco (París, 1935) se dio a conocer como fotógrafa en la prestigiosa revista Photo. En 1974 realizó su primera exposición en la sala Nikon de París y tres años más tarde ya era la artista del año en el anuario fotográfico de Times-Life.

Fundamentalmente conocida por sus retratos eróticos de su hija prepúber, el talento de Ionesco ha sido cuestionado en más de una ocasión. Pero no cabe duda de que esta controvertida fotógrafa ha entrado por derecho propio en la historia de la fotografía.

Ionesco consiguió hacerse un hueco en el exclusivo star sistem cultural francés de los 70 y contar con la aprobación de los mandarines del momento. Así, el viejo disidente surrealista André Pieyre de Mandiargues escribió el prefacio Liliacées langoureuses aux Perfumes d'Arabie (1974) para un portfolio de la fotógrafa. Mandiargues, además de ser una figura histórica en las letras francesas, era un reconocido erotómano que atesoraba una de las más fascinantes colecciones de objetos y fotografías eróticas antiguas (como se puede comprobar en el corto de Walerian Borowczyk: Une collection particulière).

Por su parte, Robbe-Grillet, estrella indiscutible del influyente movimiento de la nouveau roman, colaboró con ella en el libro Temple aux Miroirs (1977). Ionesco se desplazó a Praga para tomar gran parte de las fotografías que aparecen en este libro. Allí, en el palacio de Alphonse Mucha, encontró el ambiente opresivo y decadente que buscaba para sus fotografías.

Los retratos que Ionesco realizó de Eva (1965) son quizá el testimonio de una compleja historia de vampirismo entre madre-hija. Presentados por primera vez en 1974, en el marco de un monográfico de la revista Photo, fueron recopilados en Eloge de ma fille (con prólogo del artista británico Grahm Ovenden, reconocido fotógrafo de jóvenes pubescentes).




Desde el punto de vista formal, estos retratos operan siempre a través de una suerte de reducción cosificadora: la expresión del sujeto representado queda relegada ante la irrupción del símbolo (el juego entre la inocencia y la perversión) el gesto (manierista, en escorzo) o el adorno (maquillaje, ligueros). El sujeto está preso en la codificación de los lenguajes que pesan sobre él. De esta forma, lo que queda de Eva ante la cámara no puede ser sino una suerte de pouppé, de fetiche erótico, distante e inaccesible.

Con su modo de representación, Ionesco abole toda posibilidad de comunicación entre el espectador y el sujeto representado: éste no tiene nada que decir, sólo está ahí para causar fascinación, pero siempre en tanto que se lo conciba como algo otro, inmerso en su absoluta alteridad y en la trama de lenguajes que encubren y desdibujan su singularidad.

Otras veces, la cámara se limita a provocar (como en la foto que muestra a Eva vestida con un traje de comunión en un burdel). Sin embargo, esto produce un nuevo distanciamiento, al reconocerse fácilmente el carácter de puesta en escena de la fotografía y su explícita intencionalidad.

Las figuras humanas que retrata Ionesco se pierden como cosas en medio de sus decorados: una pequeña Madame Edwarda, un ambiente prostibulario decadente, una estética art nouveau abigarrada, un erotismo asfixiante y recargado, pero al mismo tiempo vacío: pues no hay vida alguna que reflejar en estas fotos, todo está muerto como en un bazar.

Hans Bellber, La Poupée

Sea como fuere, el efecto histórico que tuvieron estas fotos fue el de convertir a la pequeña Eva en la nueva Lolita de los 70. Eva hizo su primera incursión en el cine con El quimérico inquilino, la adaptación de Polanski de la novela del escritor pánico Roland Topor. Y a partir de entonces, protagonizó una serie de mediocres películas soft porn, como la espeluznante Spermula o Maladolescenza. Ya en los 80, y a pesar de todos sus esfuerzos por reconducir su carrera como actriz, sus resultados siempre fueron más bien modestos: como si la propia Eva hubiera sido engullida de una vez para siempre por el mito erótico de su niñez (mención aparte merecería su intervención en el film L'Amoureuse del interesante realizador francés Jacques Doillon, quien en La chica de quince años ya se había acercado al tema de las lolitas, al relatar la pasión entre una adolescente y un cuarentón).

Revisando estos documentos, uno no puede menos que sentir asombro. Asombro ante un tiempo en el que las niñas de once años aparecían desnudas en la portada de Playboy y nadie parecía escandalizarse. Se nos antoja extraño un mundo no dominado por cierta idea enferma y culpable de la sexualidad. Por aquel entonces resonaban en Europa los últimos ecos de la revolución sexual (con sus hijos de las flores y el orgón del loco de Reich gravitando por los cielos). Eran tiempos de transgresión y de toda clase de desafíos estéticos y morales: hoy en día una legión de censores hubiera quemado a Ionesco (madre e hija) en la plaza pública.

lunes, 23 de marzo de 2009

El monstruo de Amstetten y el inconsciente colectivo

El pasado 19 de marzo, Josef Fritzl, bautizado de forma sensacionalista como "el monstruo de Amstetten", fue condenado a cadena perpetua por la sala 119 de la Audiencia de Sankt Pölten (Austria). Los ocho miembros del jurado lo encontraron culpable de los siguientes cargos: asesinato por omisión de socorro, esclavitud, secuestro, violación en 3.000 casos y coacción grave. Fritzl, de 73 años, se ha mostrado conforme con el veredicto y ha anunciado que no recurrirá la sentencia.

El caso de Fritzl dio la vuelta al mundo a finales de abril de 2008, cuando se conoció que había mantenido secuestrada a su hija Elisabeth, la tercera de siete hermanos, durante 24 años en un zulo de 60 metros cuadrados oculto en el sótano de su casa. Fritzl, que comenzó a violar a su hija en 1977, cuando ésta contaba con 11 años de edad, decidió encerrarla en agosto de 1984, obligándola a escribir una carta a su madre en la que declaraba haber entrado en una secta. En 1988 nació Kerstin, la primera de los siete hijos-nietos de Fritzl (uno de los cuales murió a los pocos días de su nacimiento).

Durante esos 24 años Josef Fritzl vivió una doble vida de forma ejemplar: en el mundo de arriba era respetado por su comunidad, como un ejemplar y severo padre de familia, un hombre de negocios, cumplidor de sus promesas, devoto católico, etc. En el mundo de abajo Fritzl encarnó la figura del basileus, soberano de un territorio y figura última de autoridad.

El caso Fritzl concita toda clase de oscuros fantasmas primordiales. La figura del rey-padre, despótico y arbitrario con sus hijos-subditos, enraiza con elementos que están profundamente instalados en el inconsciente colectivo de Occidente. En la tradición griega, por ejemplo, Urano, el dios primigenio (el padre por antonomasia), encerró en el Tártaro a sus hijos menores, los Cíclopes y los Hecatonquiros. Estos eran sus hijos monstruosos, de los que se avergonzaba y a los cuales temía. Del mismo modo, Fritzl confesó haber encerrado a su hija, a la que consideraba una "descarriada", para evitar las malas influencias. Entre los griegos, la figura del padre que ejerce un poder irracional y desmedido fue asimismo representada por Cronos, hijo menor de Urano y líder de la primera generación de Titanes, en el acto de devorar a sus propios hijos. Padre-carcelero (Urano), padre devorador (Cronos) evocan un universo patriarcal dominado por la figura aplastante del padre, que ejerce su dominio de forma destructora.

En la tradición judeo-cristiana, también reaparecen estos elementos. Es el lado terrible de Yaveh (emat Jahveh), su aspecto irracional y casi demoniaco, tal como se muestra en el segundo libro de Moisés (capítulos IV, 26) donde Yaveh, iracundo, ataca a Moisés en medio de la noche con la intención de matarlo. En realidad, ambas tradiciones expresan la figura de un poder arbitrario e ilimitado, causante de temor y espanto, que Rudolf Otto identificó como uno de los elemento más característicos de lo numinoso.

"Y le dijo: —Toma a tu hijo, a tu único, a Isaac a quien amas. Vé a la tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré" ( Génesis 22:1-19). Sacrificio de Isaac, Caravaggio, 1603

Desde la perspectiva psicoanalítica, Freud parte de la hipótesis de la horda primordial para explicar la filogenesis de las prohibiciones fundamentales de la humanidad: el asesinato y el parricidio. En Totem y tabú (1912-1913) describe un grupo humano atávico, donde el padre ejerce el dominio de una forma violenta y bestial: se aparea con todas las mujeres, incluyendo a sus hijas y lucha con sus hijos para preservar su monopolio. En realidad, el poder del padre es el único elemento que sirve para aglutinar al grupo en torno al terror que inspira. En un momento dado, los hermanos deciden rebelarse frente a este orden y matan al padre. Así pues, el parricidio es, según Freud, el elemento fundacional de la sociedad (punto en el que coincide la antropología estructural de Lévi-Strauss). La muerte del padre prototítico da lugar un pacto social establecido sobre el tabú del incesto, mediante la regulación del matrimonio, y de la prohibición de matar.

Como el padre descrito por Freud, Fritzl ejercía su autoridad de forma implacable en sus familias. Pero mientras la familia de arriba se sometía a unas normas y valores socialmente establecidos, la familia del sótano habitaba un mundo en el que no había ninguna instancia superior a la palabra del basileus. Quizá haya que tener en cuenta el carácter de los pueblos centroeuropeos, que tradicionalmente han ensalzado el respecto a la autoridad y la figura de la obediencia. Sólo así se explica cómo la familia subterránea no decidiera, que sepamos, rebelarse contra el padre devorador (en realidad, un secuestro tan prolongado sugiere alguna forma de connivencia entre víctimas y verdugo). A pesar de lo insólito que pueda parecer esta obediencia, Milgram ya demostró la fascinación que las figuras de autoridad ejercen con su clásico experimento.

En el sótano de su casa (en la imagen, la puerta que daba acceso al zulo), Josef Fritzl puso en marcha una fantasía de poder y dominio, que hizo de este angosto lugar un espacio de lo pulsional, de suerte que su residencia de Amstetten se convirtió en una materialización arquitectónica del psiquismo humano.

Hay algo en esta fantasía que recuerda los delirios del loco Lope de Aguirre, en su rebelión personal contra la corona española (último vestigio del Estado, la sociedad o la moral en medio de la nada). Autoproclamado principe de Perú, Tierra Firme y Chile, Aguirre pretendió fundar un nuevo imperio con su propia descendecia, en unión con su hija Elvira.

Como la jungla de Aguirre, el sótano de Fritzl fue un espacio de soberanía. En las sociedades occidentales contemporáneas, la vida humana tiende a estar cada vez más administrada por el Estado, a través de disposiciones, normas y dispositivos de control. La sociedad de consumo modela nuestros deseos y regula nuestros hábitos, hasta sus últimos y más secretos resquicios. Quizá lo que demuestre el caso Fritzl es que lo más peligroso en este mundo es la irrupción espontánea y no controlada del deseo.

En una realidad semejante, parecería que el único espacio soberanía que el poder reserva a los individuos fuera el crimen, o tuviera necesariamente un carácter criminal. Es obvio que las acciones perpetradas por Fritzl lo fueron: lo escandaloso de este suceso es que atenta de forma flagrante contra los valores más sagrados de la sociedad: la prohibición del incesto y el homicidio, el valor absoluto de la infancia, la privación de la libertad individual, la ausencia de culpabilidad moral. Eso es, realmente, lo que convierte a Fritzl en un monstruo. Como los héroes de las obras de Sade, Fritzl puso todo su empeño en arruinar lo más elevado de la sociedad. Por eso, más allá del irrelenvante castigo legal, lo que la sociedad ha exigido en este juicio es ante todo su arrepentimiento: sólo así quedan auténticamente restablecidos los valores que él mismo insistió en profanar.

lunes, 16 de marzo de 2009

Diane Arbus

La primera vez que vi una foto de Diane Arbus fue en el Met de Nueva York. Me llamó la atención una de sus últimas series. En ellas unos discapacitados reían, joviales, aparecían disfrazados, o vagaban por un campo espectral. Las fotos transmitían una vaga irrealidad, un aire de cuento enfermizo. Recordé los monstruos que pintaba Velázquez, extraño tiempo de reyes idiotas y bufones lúcidos. Siempre pensé que en esos retratos de lisiados Velázquez expresó la verdad del espíritu de su tiempo y que, frente a ellos, sus suntuosos retratos oficiales no eran sino fachadas vacías. "La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa".


Untitled (1) 1970-1971


Untitled (2) 1970-1971

Untitled (3) 1970-1971

Untitled (4) 1970-1971

Untitled (6) 1970-1971

Untitled (7) 1970-171

Arbus posa su mirada sobre los desplazados de la sociedad, como si sólo ellos tuvieran algo que decir. A través de sus fisuras reconocemos nuestra propia fragilidad. "Ves a alguien en la calle y lo que adviertes ante todo es la falla". Su fotografía dignifica a los freaks, a los travestis, a los gigantes o simplemente a la gente triste.

Puerto Rican woman with beauty mark, N.Y.C. 1965

A young man in curlers at home on West 20th Street, N.Y. C. 1966


A young Brooklyn family going for a Sunday outing, N.Y.C. 1966

Seated Man in a Bra and Stocking, N.Y.C. 1967

Masked woman in a wheelchair, Pa. 1970

Hermaphrodite and Dog in a Carnival Trailer, Maryland, 1970

A jewish giant at home with his parents in the Bronx, N.Y.C. 1970

Tattoed Man at a Carnival, Md. 1970

"Freaks ha sido lo que más he fotografiado (...) ellos me han hecho sentir una mezcla de vergüenza, temor y asombro. Existe una especie de leyenda acerca de los freaks. Como esa persona que en un cuento de hadas te detiene y te exige que resuelvas un acertijo. La mayoría de la gente se pasa su vida temiendo pasar por una experiencia traumática. Los freaks nacieron con sus traumas. Ellos ya han pasado su prueba. Son aristócratas".

En realidad, los freaks representan un espacio de libertad respirable frente a la tiranía de la normalidad, de la opresiva belleza, de la moda, de la administración de nuestras vidas y deseos. Su trauma originario los vuelve inmunes frente a este ejercicio de dominación. Esto es algo que comprendí claramente en el Freak Show de Coney Island. Tomándome una cerveza en su pequeño bar, oculto en su penumbra, me sentía a salvo de la abrasadora imposición de los estilos de vida diseñados por las multinacionales. Sencillamente, entre ellos uno tenía la impresión de que podía soportar mejor su propia anormalidad.

La fotografía de Arbus subvierte los estereotipos, desdibuja las barreras que separan lo normal de lo anormal y que operan en base a la exclusión. Lo esencial en su mirada es la conversión de la normalidad en algo insoportable, monstruoso. La normalidad se vuelve de pronto algo siniestro, familiar y ajeno a la vez.

A Jewish couple dancing, N.Y.C. 1963

Triplets in their Bedroom, N.J. 1963


Patriotic Young Man With a Flag, N.Y.C. 1967

A Woman in a Bird Mask, N.Y.C. 1967

Woman with a Veil on Fifth Avenue, N.Y.C. 1968


Topless dancer in her dressing room, San Francisco, 1968



The King and Queen of a Senior Citizens Dance, N.Y.C, 1970

Dominatrix embracing her client, N.Y.C. 1970

Susan Sontag dijo que el tema de la fotografía de Arbus es "la conciencia desdichada". Sontag, que por lo demás demuestra una miopía crítica de una ingenuidad sorprendente en su análisis de la obra de Arbus, escribe en Sobre la fotografía: "Buñuel, cuando una vez le preguntaron por qué hacia películas, repuso que era para "mostrar que éste no es el mejor de los mundos posibles". Arbus tomaba fotografías para mostrar algo más simple: que hay otro mundo. Ese otro mundo existe, como de costumbre, dentro de éste".

Nacida en el seno de una acomodada familia judía neoyorkina en 1923, Diane Nemerov comenzó su carrera profesional de la mano de su marido, Allan Arbus, fotógrafo de moda, trabajando para revistas como Esquire, Harper's Bazaar o Glamour. A principios de los años cuarenta estudió fotografía con Berenice Abott y posteriormente con Alexey Brodovitch. En 1956 entró en contacto con la fotógrafa de origen austriaco Lisette Model, que ejercería una influencia decisiva en su fotografía.

Sobre estas líneas San Francisco (c.1947) y Hermaphrodite (N.Y.C., 1945) de Lisette Model

La obra de Arbus alcanza su mayoría de edad a partir de la década de los 60. En el año 1963 consigue una beca Guggenheim con la que lleva a cabo su primer proyecto de envergadura: “Ritos, usos y costumbres americanos”. En 1967 participa en la exposición New Documents en el MOMA y su obra comienza a obtener el reconocimiento de la crítica. Es entonces cuando realiza sus retratos de celebridades como Mae West, Jorge Luís Borges o Norman Mailer.

El 27 de julio de 1971 Arbus se suicidó, cortándose las venas.

Lumen ha publicado la biografía de Patricia Bosworth, que sirvió de base para la película Retrato de una obsesión de Steven Shainberg.

En Shangri-La han dedicado una excelente carpeta a su obra.

martes, 10 de marzo de 2009

La serie de TV más cutre jamás creada

De pequeño recuerdo que a mi padre y a mí nos gustaba ver una serie que ponían los sábados de madrugada en TVE. Se llamaba El hombre del maletín y era (lo supe después) la serie más cutre jamás creada. Pariente pobre de las pelis de James Bond o El santo, El hombre del maletín ofrecía su propia recreación del sofisticado mundo de los espías con una descacharrante falta de medios, demostrándonos a todos que se puede hacer un episodio para la televisión con lo que cuesta un paquete de tabaco. Un poco de imaginación, un poco de desparpajo y el siguiente episodio ya estaba listo.

Era tan frecuente ver a los mismos actores encarnar varios papeles a la vez que a veces llegué a pensar que todos los personajes estaban interpretados por su actor principal, Richard Bradford (en la foto, como el expeditivo ex agente de la CIA Mc Gill) que, por entonces, ya se había estrenado en el cine con el odioso personaje de Damon Fuller en La jauría humana (1966) de Arthur Penn.

Todo en esta serie era tan horriblemente cochambroso que uno pronto comprendía que también hacía falta algo de talento para crear algo así. Recuerdo que mi momento favorito era cuando aparecía el cuartel general de los buenos, es decir, un centro de espionaje al más alto nivel mundial y se veía en pantalla una habitación de 7 metros cuadrados con un mapa mundi como el que teníamos en la clase de Geografía de EGB. Hasta un niño intuía que algo iba mal en esta serie. Decorados cochambrosos, interpretaciones robóticas, un alarmante atrezzo y un doblaje pergueñado en algún oscuro rincón de Sudamérica, El hombre del maletín no fue un fruto más de la incompetencia o la mediocridad, sino el sueño tenaz de un incomprendido. Ojalá la repongan pronto.

Trailer de la mítica serie

Producida por los estudios ingleses ITC entre 1967-1968, la serie alcanzó los 30 capítulos, lo cual ya fue de por sí toda una proeza. Algunos de los más memorables fueron dirigidos por Charles Crichton, quien compaginó su dirección con algún episodio suelto de la psicotrónica The Avengers (de la que se hizo un remake sin pena ni gloria en 1998).

Diana Rigg y Patrick Macnea, protagonistas de The Avengers

El mundo freaky le ha dedicado algunas merecidas páginas a El hombre del maletín, entre las que me quedo con ésta.