-Escucha bien lo que voy a decirte de tu vida actual: aunque ahora eres joven, bella, buena, aunque tienes alma y sentimientos, has de saber que yo, tan pronto como me recobré, sentí asco de estar aquí contigo... sólo borracho se puede venir a estos lugares. Pero si tú vivieses en otro lugar, si vivieses como vive la gente decente, yo, tal vez, no sólo te haría la corte, sino que me enamoraría de ti locamente; me consideraría dichoso de captar no digo ya una palabra tuya, sino una sola mirada. Te esperaría a la puerta de tu casa, me pondría de rodillas ante ti. Te consideraría como novia mía y lo tendría por gran honor. No me atrevería a pensar algo impuro de ti.
Pero aquí sé que con dar un silbido tú irás conmigo, lo quieras o no lo quieras. No soy yo el que ha de tener en cuenta tu voluntad, sino tú la mía. El último siervo que se contrata para trabajar, no se esclaviza por entero, sabe que hay un término a su esclavitud. Pero, ¿dónde está el tuyo? Recapacita: ¿qué es lo que entregas aquí? ¿Qué has entregado en servidumbre? ¡Tu alma! ¡Tu alma, que ya no es tuya y que es tan esclava como tu cuerpo! ¡Entregas tu amor al escarnio de cualquier borracho! ¡El amor! ¡Pero si el amor lo es todo, es un diamante, el tesoro de una doncella! Para merecer ese amor, algunos están dispuestos a entregar su vida, a morir. ¿Y qué precio tiene ahora tu amor? Estás toda vendida, toda por entero, y quién va a buscar ahora tu amor, sabiendo que sin él puede lograrlo todo. No hay ofensa peor para una muchacha, ¿lo comprendes? Y pensar por lo que has echado a perder aquí tu vida! ¿Por qué te dan café y comes hasta hartarte? ¿Y por qué te dan de comer? Una muchacha honrada no podría tragar ni un solo bocado porque sabría con que fin lo hacen.
Tu debes dinero, y siempre lo deberás, hasta el mismísimo final, hasta que los clientes empiezen a desdeñarte. Y esto llegará pronto, no confíes en tu juventud. Aquí el tiempo va muy deprisa. Te echarán a la calle. Pero no creas que te echarán simplemente; mucho antes de eso empezarán a meterse contigo, a venirte con reproches, a insultarte, como si no hubieras entregado al ama toda tu salud y tu juventud, como si no hubieras perdido el alma en balde por ella, sino como si la hubieses arruinado, como si la hubieses robado. Y no esperes apoyo: tus compañeras también te atacarán para halagar al ama, ya que aquí todas sois esclavas y habéis perdido hace ya mucho la conciencia y la piedad. Os habéis hecho unas miserables y no hay en el mundo insultos más viles, más ofensivos y más ignominiosos que ésos. Aquí dejarás para siempre todo cuanto tienes: salud, juventud, belleza y esperanza; a los veintidós años aparentarás treinta y cinco, y habrás de dar gracias a Dios sin no pescas alguna enfermedad.
Tú has vendido el alma y, además, debes dinero; por lo tanto no te atreverás ni a abrir la boca. Y cuando te estés muriendo, todos te abandonarán, todos te volverán la espalda, ya que nada podrás dar. Además, te recriminarán por seguir ocupando un sitio, por no morirte pronto. Te cansarás de pedirles agua, y cuando te la sirvan, será con insultos: "¡Cuándo estirarás la pata, maldita! No nos dejas dormir: tus quejidos repelen a los clientes". No creas que miento; yo mismo oí decir estas cosas. "Desciende la caja, Vania. ¡Lo que es el "sino", hasta aquí fue con las piernas en alto, ¡la muy tal! Menos cuerda bribón". "Va bien así". "¿Cómo que va bien? ¿No ves que está ladeada? ¡También ella fue un ser humano! Bueno, echa tierra". Ni siquiera querran regañar por culpa tuya largo rato. Te cubrirán rapidamente de húmedo barro azulenco y se irán a la taberna...
Así acabará el recuerdo de tu paso por la tierra. Los demás tienen hijos, padres y maridos que visitan sus tumbas; tú, en cambio, no tendrás a nadie que llore por ti, que te recuerde con pena y nadie, nadie en el mundo entero irá a visitarte. Tu nombre desaparecerá de la faz de la tierra, como si jamás hubieras existido en este mundo.
Fiódor Dostoievski, Apuntes del subsuelo
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